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domingo, 22 de junio de 2014
POR LOS SENDEROS DE LA CIUDAD
MÍSTICA
Un lugar que acaricia los sentidos, donde el viento
helado toca el rostro, y la mirada se pierde en la quietud del lago, de
delicado vaivén. La vida fluye entre las aguas, los pobladores y visitantes. La
historia llena cada rincón, mientras que leyendas y mitos siguen venciendo al
tiempo al ser contados una y otra vez.
Puno
Katherine Sheyla Surco
Labra
Katherine.surcolabra@gmail.com
Le
pesaba todo. Los párpados, los brazos, los pies, hasta el alma. No es para
confundirse, ni estaba sufriendo, tampoco le habían roto el corazón. La mataba
un cansancio que la llenaba de desesperanza. Se acostó sobre una banca y trató
de descansar, con ansias intentaba escuchar las primeras caminatas en el
parque. Siendo las 5 horas no sentía frío, ni hambre, solo quería pasar el
tiempo y alejarse de la ciudad para sentirse mejor, porque está la estresaba.
El frío callejero y las ganas de llorar de desesperación llenaban su cajón de
recuerdos. Y un viaje a la capital del
folklore peruano, con los suyos le haría sentirse muy bien.

Ella
sabía que aprovechar los viajes como si fuesen únicos, o al menos eso enseña el
sentido común de las películas, era importante, para no perderse la vista
paisajista; pero eso no le quito el sueño. Los paisajes de la vía Arequipa –
Puno, se repiten como el fondo de los picapiedra; curvas, lomas, cerros, y
largas pampas, hasta que todo se vuelve en una amalgama: amarrillo, gris y
azul. Este sueño no le fue reconfortante; pero si placentero.
Finalmente
llegaron después de varios trancones y algunas quejas de pasajeros fastidiosos
e impacientes. Fueron 5 horas de viaje. Bajaron y el terminal terrestre de puno
estaba atiborrado de gente. Luego empezaron su trayecto por las calles de puno,
lo primero que se sintió, aparte de un adormecimiento integral generado por la
altura, es un choque cultural enorme, propulsado por la presencia de muchos
turistas. Tras haber caminado cerca de media hora, se encontraron con quien los
acobijaría. Una vez acomodados en el hospedaje de un amigo, la brisa helada la
cubría, trato de cerrar los ojos y dejarse llevar por el cantar de los pájaros
mañaneros, así esperaba que amanezca rápidamente.
Amaneció
y se enfrascaron en un tours turístico. En Puno todas las calles llegan al lago
Titicaca a cuyas orillas se encuentra esta ciudad. A 3.809 metros sobre el
nivel del mar, debería ser la capital del hielo. Allá solo existen dos estaciones,
una de lluvias y la otra en la que la lluvia desaparece; lo que no desaparece
nunca es el frío y las islas flotantes de totora de los Urus. Destino al cual
ella y los suyos se dirigirían.
Abordaron el bote. La magia del
resplandeciente sol, la brisa de los vientos alisios, el contraste de celestes
- blancos y verdes - amarillos, difuminados a través de la fría y lluviosa
ventana del bote, transmitían grandeza. Las olas que surcaba el agua, hacían de
ese día una gran experiencia inolvidable. El paisaje puneño se enmarcaba dentro
del más perfecto cuadro minimalista existente. Urus sorprendió a los
visitantes.
A
7 kilómetros lago adentro contemplaban las islas flotantes, que son 20. En cada
isla viven unas 20 familias, que de día permanecen ahí por motivos turísticos y
de noche se van a dormir a tierra firme. Las familias de los Incas viven en las
islas flotantes del Lago Titicaca desde hace 400 años; ahora tienen escuelas en
Aymara, energía eléctrica, telefonía celular y televisión, pero sobre todo
adoran al lago.
A su regreso, después de una larga travesía por las
Islas de Taquile y Amantaní. Los síntomas de la puna la
consumían: Náuseas y fatiga. Nunca habría imaginado que unas pocas horas más
tarde su estado empeoraría. Ella había abusado, no se cuidó, se abstuvo de
beber o comer durante las primeras horas. Lo que en ese momento no sabía era
que su organismo gritaba por un
poco de líquido para lidiar con el elevado ritmo de deshidratación
que ocurre en altura por lo seco del aire.
LOS GUÍAS
DESCONOCIDOS
Tomaron un taxi y le pidieron que les haga un tour por la ciudad. Los puneños
se sienten orgullosos de su tierra y se ofrecen generosos a mostrarla, fingiendo
muchas veces de guías improvisados. Juan, el taxista, deja escapar algunas sonrisas
tímidas cuando empezaban con sus preguntas, minutos después no hay quien lo
detenga. Mueve los brazos, habla sin parar, gesticula, el amor por su tierra se
escapa a borbotones y ellos no podían hacer nada más que escuchar. Conocer la
ciudad a través de sus pobladores es siempre una buena idea y un buen comienzo,
ella pensaba.
Juan los llevó, al Santuario de San Bartolomé, se baja del taxi, relata que la imagen que da el nombre a la iglesia data del siglo XVI, el patrón de la ciudad, les cuenta de la festividad, que dura siete días y se lleva cabo la primera semana de mayo. "Hay novenas, fiestas, bandas y danzantes, castillos y viene gente de todas partes", decía Juan, totalmente emocionado. Su descripción sonaba más a invitación por lo que prometieron volver a disfrutar de esa fiesta.

La temperatura había descendido y
decidieron volver, Juan los deja en un pequeño restaurante de la avenida Lima,
no sin antes hablarles de los platos típicos. Siguiendo las recomendaciones de
su guía decidieron probar el Thimpo de Carachi, una sopa hecha a base del
pescado Carachi, típico del lago Titicaca, que mide de 10 a 15 centímetros.
Tiene alto contenido de fósforo. Se sirve con papas y chuños enteros, muña,
cebolla, ajo y ají. Nada mejor para calentarse.
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