domingo, 22 de junio de 2014
EL VACÍO DE UN TRISTE ADIÓS

Luego de un mes, continúa sintiéndose afligida por la muerte de su perrito, Locky, que ni siquiera puede hablar de aquel 15 de mayo, día en que lo vio partir para no más regresar. Extraña mirar televisión con él sobre su regazo; pero sobre todo su compañía. Un descuido lo llevó a la muerte.

Cerro Colorado
Katherine Sheyla Surco Labra
Katherine.surcolabra@gmail.com

La mañana del 2 de diciembre parecía un día común y corriente. La brisa del viento, el cantar de las aves, el motor de los carros y un despertador anunciaban un nuevo día. Eran las 6 horas y la alborada resplandecía. Tenía que ir a clases, Sheyla se había quedado dormida. Se alistó tan rápido como pudo y tomó la estación del bus para dirigirse a la universidad. Sin pensar que esa tarde conocería a alguien muy especial, un ser que cambiaría por completo su vida y la llenaría de dicha todos los días, su cachorrito, Locky, quien en  una par de días pasó a ser el engreído de la familia.

Las mascotas llegan a convertirse en alguien muy importante en la vida de uno, y ocupar un sitio especial en tu corazón. Una mascota puede ser un compañero fiel, una parte integral de la vida hogareña y del programa diario de una persona. Cuando muere una mascota especial, esta pérdida puede tener un impacto significativo sobre la salud y el bienestar de una persona.

A penas una semana antes Sheyla perdió a su gato, copito, este se escapó. Se sentía triste y necesitaba la compañía de un fiel amigo. Su enamorado, muy complaciente con ella, esa tarde, del 2 de diciembre, la sorprendió con un cachorro, después de salir de clases. Locky, como así lo bautizó, había sido adoptado del albergue de perros, lo abandonaron al asecho; pero encontró un buen refugio en ese lugar.

A penas ni los miraba. Iba todo muy  rápido, de la mejor manera posible. Él saltaba, contento, inocente y alegre a pesar de todo, siguiéndolos por donde iban.  Su cola y sus ojos no paraban de moverse. Tiraba de la correa mientras iban a casa. Ya se hacía de noche y por fin llegaron. Esperaban las hermanas de Sheyla, que quedaron emocionadas con la llegada del nuevo miembro de la familia.


Pasaron los días, y Locky se acostumbraba más a la familia Surco y ellos a él también. Al principio parecía tímido; pero cuando entró en confianza puso la casa de cabeza. Le gustaba jugar a las escondidas, siempre encontraba a Sheyla y a sus hermanas. Corría, pero se agitaba muy rápido, y para que no se enfermase lo hacían dormir en la cama, cosa que después ya no pudieron hacer, porque ensuciaba dentro de casa. Si algo amanecía roto, ya había un culpable.

Todo marchaba bien, ya había transcurrido cinco meses y una semana desde que Locky llegó al hogar de Sheyla; pero un descuido grave lo llevó a la muerte. Al cachorrito le gustaba salir a la calle, y empezó a andar con otros perros. Su falta de vacunas y dosis contra el parvovirus, sumado a la fuerte infección estomacal que tuvo, acabaron por debilitarlo. En vano fueron los esfuerzos que el veterinario  hizo, ya nada se podía hacer, era demasiado tarde. Tras una semana de agonía, y con la esperanza de verlo recuperado, Sheyla optó por apagar su sufrimiento; aunque esa decisión le partiera el alma y la dejara sumergida en la más triste melancolía.

Las mascotas pueden proporcionar a sus propietarios la sensación de propósito y realización, compañía, afecto, aceptación y amistad. Confían en sus propietarios por alimento, agua, ejercitación y cuidado médico, lo que puede proporcionar al propietario un sentimiento de responsabilidad y de ser necesitado.  Sheyla y sus hermanas no llevaron a Locky a todas sus citas médicas con su veterinario, trayendo como consecuencia del deterioro de la salud del cachorro.

Aún recuerda su mirada,  sus ojos grandes  y largas pestañas. Su pelaje suave y agudos ladridos, cuando don Eusebio Surco llegaba de trabajar y presionaba el claxon de su auto. Aquel traje que le quedaba pequeño y el peluche con el que le gustaba jugar. La casa se siente vacía, sola y en  silencio, no escuchan aquel gruñido y el jadeo que solía hacer cada vez que se cansaba jugando y recostaba en los pies para descansar.

DOLOR Y PÉRDIDA

Un día Kimberly, la hermana de Sheyla, trajo a  vivir a casa un hámster. Una criatura diminuta, de color blanco, ojos rojos, colita pequeña y orejas paradas. Estaba domesticado y le gustaba correr en su rueda, nunca se cansaba, iba de un lado a otro, mirándolos fijamente. Comía semillas de girasol, pepitas de zapallo, arrocillo y queso.

 Lo bañaban  cada 2 semanas, le gustaba estar en el agua y meterse el aserrín en la boca, quedaba con los cachetes hinchados, por que guardaba de todo en este, desde comida hasta pedazos de tela que arrancaba del cubrecama, y las pelusas de la frazada. Pero sobre todo, les encantaba cuando dormía profundo y placenteramente.

Después de 7 meses de haberlo comprado y de las carcajadas que alegraban a Sheyla y sus hermanas cada vez que Gus Gus, hacía una travesura y ponía de cabeza la casa., sobre todo cuando se escaba de su jaula y era una travesía atraparlo. Un 15 de febrero del 2013, lo recuerdan bien, su pequeño hámster  amaneció muerto. Había crecido y su rueda le quedaba pequeña, apenas y entraba. Se atascó en uno de las argollas de su circuito de juego, asfixiándose. Nada pudieron hacer, quizás si éste hubiera dormido con ellas estaría vivo, pero durante la noche nadie lo escuchó y murió sin que ellas puedan despedirse.

Para Sheyla fue difícil sobreponerse a esta pérdida. Era la primera vez que tenía de mascota a un hámster, al que le había dado mucho cariño y alegraba sus días, sobre todo cuando se sentía sola. Compraron otro, para tener presente a Gus Gus, pero éste no estaba sanito, a la semana de tenerlo, también murió. Empezó a estirarse de repente, cuando parecía estar muy sano, lo llevaron al veterinario; pero en la ciudad no hay especialistas para atender a estas mascotas, así que le pusieron un inyectable para acabar con su sufrimiento.

Aunque sea difícil, la vida de los seres cumple su ciclo en la tierra, y al igual que el hombre, las mascotas también deben de irse, es su destino y solo queda superarlo, se dijo Sheyla.  El dolor es una respuesta natural a la pérdida de un vínculo. Es normal padecer dolor por una mascota que ha sido parte de su vida. La integración entre Sheyla, sus hermanas, Locky y Gus Gus, fue una experiencia vivencial compartida. Dos angelitos partieron; pero fueron, son y serán parte de la familia Surco, aunque ya no estén aquí. 

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